sábado, 6 de mayo de 2017

Pablo del Águila, una vida breve


De soledad, amor, silencio y muerte.
Poesía reunida 1964-1968
Pablo del Águila
Edición y estudio de Jairo García Jaramillo
Bartleby Editores. Madrid, 2017.

El poeta granadino Pablo del Águila nació en 1946 y murió –parece que por propia voluntad– a finales de 1968. Había escrito mucho, dada su edad; no había publicado nada, aunque había llevado una activa vida literaria –recitales, tertulias– en Granada y Madrid. Los escritores más alerta y que conocían parte de su obra inédita –Félix Grande, Fernando Quiñones– no tenían duda de que estaba llamado a ser uno de los líderes de su generación, que poco después recibiría su nombre de una polémica antología, Nueve novísimos.
            En 1973 se publicó el libro en que Pablo del Águila estaba trabajando a su muerte, Desde estas altas rocas innombrables pudiera verse el mar, un libro culturalista y en versículos que enlazaba muy bien con lo que por aquellas mismas fechas estaban escribiendo los nombres más destacados de su generación, como Gimferrer o Guilermo Carnero.
            La devoción amical hizo que en 1989 se publicara su Poesía reunida, con prólogo de Justo Navarro. Jairo García Jaramillo ha preparado una nueva edición de esa poesía completa, precedida de un amplio estudio y con el añadido de algunos inéditos.
            Su trabajo tiene un carácter reivindicativo. A pesar de las anteriores ediciones, la obra de Pablo del Águila “sigue siendo una de las grandes desconocidas de su generación para la mayor parte de los lectores de poesía de nuestra lengua, así como para la crítica y los historiadores de la literatura hispánica contemporánea”. Tal hecho le sirve para constatar “la artificialidad de cualquier canon literario”.
            No es desdeñable la poesía de Pablo del Águila, ni mucho menos, pero vale más por lo que promete que por lo efectivamente realizado. Buena parte de los poemas incluidos en esta poesía completa son borradores, tanteos en busca del propio estilo, que el autor sin duda habría dejado fuera de su obra, como Carnero dejó los primeros cuadernillos publicados en los que seguía la estela de Gil de Biedma.
            Los poemas iniciales, escritos cuando el autor tenía dieciocho años, resultan conmovedores en su desnudez expresiva y en su carácter premonitorio: “Solamente la muerte / me parece segura / y me oprime la carne / con su verdad, / de tal manera pura / que no puedo entenderla…”
            Aparece luego la huella de los dos maestros de la época, Gabriel Celaya y Blas de Otero. De Celaya se toma el tono conversacional, las referencias cotidianas: “Me acuesto. Me levanto. / Bebo vino, café, fumo y regreso. / Estoy como un recuerdo marchitado, / como una vida que se va y no viene”. Otro ejemplo, un comienzo de poema: “Mi corbata, mis libros, mi cuaderno, / y a ver qué pasa hoy…”.
            De Otero, del primer Otero, toma cierto decir enfático, no su precisa técnica de orfebre: “Apasionadamente te persigo, / vida mía, alma mía, amor mío. / Rabiosamente quiero besar tus hombros, / hundir mis manos en tu cuerpo caliente, / esparcir en mi frente tus cabellos, / amarte, en fin, como nunca he amado. / … Apasionadamente te persigo. / Apasionadamente”.
            No falta el consabido homenaje a Vicente Aleixandre. El joven Pablo del Águila era un poeta muy de su tiempo, al que le faltó tiempo para romper con lo más consbido de ese tiempo. Félix Grande con Blanco spirituals le abrió nuevos caminos: le mostró cómo escribir una poesía que utilizara las innovaciones de la vanguardia sin renunciar por eso ni a la denuncia social ni al componente autobiográfico y existencialista.
            Cuando Pablo del Águila comenzó a escribir, su generación aún no había roto los lazos con la generación anterior –la de Ángel González o José Agustín Goytisolo–, se confundía con ella en el intento de darle un nuevo aire, más crítico, menos panfletario, a la poesía realista y social. El golpe de mano, el cambio de estética, tendría lugar en torno a 1970. Pablo del Águila no tuvo ocasión de verlo, pero comenzaba a anticiparlo en su obra.
            Una obra que pocas veces se sostiene en sí misma. La leemos al trasluz de la biografía de su autor, pensando melancólicamente en lo que pudo haber sido y no fue.
            Al contrario de lo que piensa el esforzado editor, difícilmente la mayor difusión de la poesía de Pablo del Águila hará cambiar el canon de la poesía sesentayochista. El canon –la serie de poetas de una época que quedan en la memoria de los lectores y pasan a la historia de la literatura– es “artificial”, ciertamente, como todas las construcciones culturales, pero no caprichoso: depende de un consenso tácito entre críticos, antólogos, editores, historiadores. Para cambiarlo hace falta algo más que buena voluntad.

2 comentarios:

  1. "consenso tácito entre críticos, antólogos, editores, historiadores"; es decir, entre intermediarios. El lector común es irrelevante a estos efectos, y el creador también. Tiene usted razón, pero no deja de ser irritante.

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  2. No veo yo el motivo de irritación por ninguna parte. Todos ellos representan a los lectores, son los mejores lectores.

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